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La sequía en el embalse deja ver lo que fue la vida en el Valle de Luna

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Unos buscan descubrir el pasado entre las pirámides egipcias, otros en Atapuerca. En el embalse leonés de Barrios de Luna la sequía deja imaginar sin esfuerzo lo que debió ser la vida en los 16 pueblos del Valle de Luna anegados en los años cincuenta: Arévalo, Campo de Luna, La Canela, Casasola, Cosera, Laguelles,  Láncara de Luna, Miñera, Mirantes de Luna, El Molinol, Oblanca, San Pedro de Luna, Santa Eulalia de las Manzanas, Trabanco, Truva y Ventas de Mallo.

Recuerdo todavía las historias que contaban los mayores intentando ubicar bajo el agua los pueblos ya invisibles cuando, siendo niño, iba al alba en el autobús de la empresa Fernández que cubría la línea entre Villablino y León. La carretera, llena de curvas, bordeaba el embalse, y mientras mirábamos por la ventanilla los desterrados iban compartiendo el desgarro de haber tenido que abandonar sus casas, sus huertos, sus muertos, sus proyectos, sus ilusiones.

Así que este verano he decidido hacer el mismo recorrido, pero el embalse no lleva agua y puedo ver los pueblos que no había visto de chaval. Es una experiencia extraña recorrer el fondo de la presa y  ver cómo se adapta cada historia oída al paraje ahora al descubierto. Porque ahí están, esperando que les dé vida con mi memoria, las casas de piedra con buena cantería,  sus iglesias, sus prados de pasto, las fincas de cultivo. Y los árboles firmes que  siguen anclados al suelo negándose a ser derribados y pudrirse, que te obligan a observarlos y admirarlos como si fueran unas estatuas que te están hablando y dando información de la convivencia del Valle.

Se mantienen hasta los límites de cada parcela, bien visibles por esta sequía que cuartea la tierra, que se ve que fue rica porque aun sin agua siguen brotando semillas. Parece como si el firme te quisiera contar historias del pasado y otras más recientes de personas que han fallecido en sus aguas por accidentes de vehículos  o por otras causas. Incluso sospecho que si busco puedo hallar alguna que otra prueba de algún delito.

Aunque lo que más me impresiona es cómo algunos descendientes de aquellos pobladores aprovechan para hacer una visita y comprobar cómo están las casas que fueron de sus padres o abuelos o las tumbas que aún conservan inscripciones.

Mi amigo Félix Rodríguez el burrero, uno de los protagonistas del libro Hermano asno, me comenta con mucha tristeza que de niño vivió en la localidad de Láncara de Luna, y que su padre trabajó con los burros para hacer las obras de la presa, cuya agua cubriría  más tarde   su hogar. Es algo así como cavar tu propia tumba.

Pero  vale la pena dedicar unas horas a visitar el fondo del pantano,  el Museo al Aire Libre de la Presa Barrios de Luna de León

mondelopress.com

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