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El abejaruco, otra víctima culpabilizada

La Conquista de los Abejarucos

La muerte llega en forma de trampa, tirachinas, arma de fuego o cebo envenenado. Pero lo que es letal es la ignorancia, la mayor causa de mortandad en el planeta. Muchas víctimas del desconocimiento van a dos patas, pesan entre cincuenta y cien kilos y tienen nombre y apellidos. Otras miden unos 30 cm de largo, pesan en torno a 70 gramos y su plumaje multicolor tiene casi todos los colores del arcoiris. De las primeras, todos conocemos alguna. Permítanos hablar de la segunda, el Merops apiaster, más conocido como abejaruco.

Cada año llega en abril, procedente del África tropical, en una de esas migraciones que convirtieron la península Ibérica en paraíso para los aficionados a la ornitología. Una de esas aficiones que atraen turismo de calidad en cantidad en países cultos y civilizados que cuidan esos detalles, en vez de exterminar sus recursos. Quienes tengan la curiosidad de observarlos deberán buscar en los taludes arenosos de ríos y lagunas, donde forman auténticas ciudadelas trogloditas con sus nidos cavados en paredes. Tienen hasta dos metros de profundidad y exigen sacar diez kilos de tierra. Un esfuerzo tremebundo en el que una pareja de abejarucos invierte entre diez y veinticinco días y les cuesta el desgaste de sus picos, esos estiletes letales que durante seis meses capturarán miles de insectos en pleno vuelo. Muchos de ellos abejas, por supuesto, y de ahí les viene el nombre; pero también libélulas, tábanos, avispas, abejorros, moscas y un infinito etcétera de presas, muchas de ellas plagas de la agricultura y el ganado.

Uno de los mayores admiradores del abejaruco fue, cómo no, Félix Rodríguez de la Fuente, el amigo de los animales, que en su imprescindible «El hombre y la tierra» le dedicó dos programas, un honor reservado a pocos ejemplares de la fauna ibérica. Era 1975, pero ya entonces tuvo que alertar sobre la nefasta costumbre de culpar a esta bellísima ave del declive de las colmenas, como se achacaba al lobo y al oso los quebrantos de los ganaderos y al buitre no se sabe bien qué, salvo ser feo. Todos lo han pagado caro: casi se han aniquilado.

Félix y su equipo fueron los primeros en introducir al espectador en un nido de abejaruco, seccionando un nido para filmar su trabajosa existencia. Gracias al afán del naturalista burgalés, los españoles supieron de los incesantes afanes de una pareja de abejarucos por criar los siete polluelos de su nidada, una tarea tan en absoluta paridad que ya quisiéramos los humanos. Macho y hembra se ocupan por igual de cavar el nido, empollar los huevos durante unos veinte días y alimentar a los polluelos hasta que abandonan el nido al cabo de un mes.

Durante ese periodo de intensa ceba -hasta 125 veces se introducen los padres en el nido para alimentar los polluellos cada día-, son unos tres millares de insectos los que liquida cada familia de abejarucos. De ellos, aproximadamente la mitad son abejas, según un estudio hecho el año 2012 por la Universidad de Murcia. Estudio encargado por la Asociación de Apicultores de la Región, ante la desaparición de las abejas, que se atribuye en parte a la voracidad de estas aves.

Sin embargo, la Universidad dejó claro que el abejaruco es inocente. La tasa de reposición de abejas en una colmena sana es de unas 1.500 obreras diarias. Es decir, que en una sola jornada nacen tantas abejas como las que devora una familia de abejarucos en un mes entero. El problema, sin embargo, es que apenas quedan ya colmenas sanas. Y aunque los apicultores cuentan con estudios exculpatorios como el de la Universidad de Murcia, la ignorancia y los intereses creados siguen achacando a los abejarucos una culpa que, según los investigadores, hay que achacar más bien a los pesticidas y fungicidas industriales que impregnan los cultivos españoles, envenenando las flores cuyo néctar liban las abejas. Los abejarucos, pues, no sólo son inocentes del abejicidio, sino víctimas directas de la desaparición de una de sus presas esenciales.

Como en tantas otras cosas, tan sólo el cuestión de tiempo. En concreto, de si llegará antes la solución al problema que está exterminando las abejas en todo el mundo o la estulticia asesina de abejarucos. No es por ser ser pesimistas, pero la propagación de la estupidez ha demostrado ser uno de los fenómenos más rápidos que existen.

Así que, por si acaso, salgan al campo y lleven a sus hijos. Esta época primaveral es un periodo idóneo. Busquen un río, escuchen el bullicio y síganlo hasta un talud. Los agujeros en la pared les indicarán que están en el lugar adecuado. Siéntense, saquen los prismáticos y déjense embelesar por las evoluciones aéreas de unas avecillas a las que sólo las golondrinas, aviones y vencejos podrían disputar el título de acróbata estrella de los cielos españoles.

Disfruten del espectáculo. Nadie sabe cuándo empezó y nadie cuándo acabará. Pero puede ser muy pronto.

Por Eliseo Garcia Nieto

Fotos Mondelopress.com

2 comentarios en «El abejaruco, otra víctima culpabilizada»

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