Cada cuatro de diciembre se celebra la festividad de los mineros. Tengo gratos recuerdos de mi niñez en mi pueblo, Caboalles de Abajo, en el Valle de Laciana. A mis ocho años, aquel día grande en el Pozo María era algo extraordinario. La dirección de Minero Siderúrgica de Ponferrada (MSP) organizaba una jornada festiva para todos los trabajadores de la minería, en la explanada a los pies del gigante de acero, aquel castillete de dos patas grises y dos enormes ruedas que, para un niño, imponía y fascinaba a la vez.
Entre el castillete y los vestuarios se montaban mesas largas donde los mineros y empleados almorzaban los manjares de la comarca, compartiendo un día de celebración entre amigos, familiares, capataces y jefes. Era una fiesta especial, aunque los hijos de los mineros no estábamos invitados. Recuerdo cómo nos subíamos a una valla para “cotillear” aquel gran cotillón de Santa Bárbara, esperando que algún trabajador nos lanzara algún manjar para poder sentirnos parte del día señalado para nuestros padres.
Con el tiempo, el castillete se ha convertido en símbolo de la minería en el Valle de Laciana, pero también en memoria de momentos muy desgraciados, como el siniestro provocado por la explosión de grisú en la que perdieron la vida: Alfredo Prieto, José Ouviña, Arseli Fernández, Emilio Pinillas, Manuel Gómez, Adolfo Real, Otilio Álvarez, Basilio Uría, Manuel González y Antonio Restrepo. Era un miércoles cualquiera, el 17 de octubre de 1979. Aquel día, vagones y mineros subían y bajaban en la jaula del Pozo María. Diez hombres bajaron al segundo relevo, a las cuatro y cuarto de la tarde, pero nunca volvieron a subir.
En esa ocasión yo me desplace desde Santiago de Compostela donde me encontraba destinado en la Agencia EFE para cubrir ese terrible accidente, para mí fue una experiencia muy dolorosa como vecino y profesional pues entre las victimas se encontraban dos amigos. También recuerdo la ventanilla de la lampistería, donde trabajaba mi tío Antonio Mondelo. En tiempos de huelga, la Guardia Civil desplazada desde otras localidades vigilaba en el primer turno para identificar a quienes no recogían la lámpara y así detener a los considerados cabecillas. Muchos acababan en el cuartel y eran maltratados, llegando incluso a necesitar días de baja. Los recuerdos del castillete me marcaron para toda la vida. Cuando bajaba caminando a las Escuelas de María, donde estudié hasta los catorce años, veía las reatas de burros que transportaban tierras desde el pozo, hasta María. Aquellos animales despertaron en mí una especial admiración: animales nobles que nos sacaron de tantas miserias y que aún hoy siguen siendo esenciales en lugares como Palestina y muchos países sin recursos. Años después, ya lejos de mi pueblo, regrese para hacer una imagen con “Félix el Burrero”, ya fallecido, que de joven trabajó con cientos de burros en las grandes obras. Ese trabajo me permitió crear el libro “Hermano Asno”, la mejor publicación dedicada a este animal tan noble, junto a mi amigo y compañero de EFE, Eliseo García.
La vida sigue, y siempre es un placer charlar con Bernardo Santiago Álvarez, que ya paso los noventa años. Es uno de los pocos mineros que quedan en la localidad, y un gran conocedor de la historia del Pozo María. Entró a trabajar con 17 años, el 5 de enero de 1949. Pasó cuarenta y seis años en la mina: nueve como picador, hasta que un accidente al intentar encarrilar un vagón dañó sus vértebras y tuvo que ser operado. Después trabajó como ayudante de entibador y caballista. Su memoria es impecable, y confirma mis recuerdos del trabajo de los burros y de los serones cargados de escombro.
El Pozo María fue el salvavidas económico para la mayoría de las familias del valle, aunque a costa de sacrificios durante generaciones. Pero todo cambia, y cuando se decidió cerrar el gran pozo, las soluciones —como siempre— no fueron las mejores. Las prejubilaciones no taparon la desidia de una dirección que parecía no valorar el pasado, hasta el punto de permitir que, durante años, las instalaciones y sus archivos quedaran abandonados al pillaje. Por suerte, los vientos parecen cambiar a favor. El castillete ha sido restaurado y luce ahora un nuevo color gris, mucho más atractivo, empezando por fin a convertirse en el monumento digno que merece Laciana.
Las autoridades municipales trabajan para convertir las instalaciones en un centro cultural, donde espero que algún día pueda ver expuestos algunos de mis trabajos, nacidos de la fuerza que recogí en ese lugar.
Este año se celebra la cuarta edición del Festival de Exaltación del Fisuelo – Santa Bárbara, el 4 de diciembre en Villablino. Un homenaje a Santa Bárbara, patrona de los mineros, que reunirá a varios cientos de comensales en el Polideportivo Municipal. Angélica Rubio será la mantenedora del homenaje dedicado a los mineros nacidos en 1955. Una iniciativa magnífica para que el valle siga respirando nuevos vientos, bajo la mirada eterna de sus montañas, que siempre están ahí.
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