Un 29 de junio de 1952, en la localidad leonesa de Fontanos de Torio, nace Manuel Suárez. Hoy en la actualidad, con muchos años a sus espaldas y muchos años de duros trabajo, aún conserva el buen aspecto de haber sido un buen mozo.
Es un hombre corpulento con un aspecto serio, con bigote y facciones muy marcadas, unas manos que definen perfectamente qué tipo de vida llevó y son la imagen de una persona de mucho orden.
Tengo la oportunidad de realizarle el reportaje en el estupendo Museo Ferroviario de la localidad de Cistierna, donde se pueden ver y admirar todo tipo de herramientas, prendas, antiguos billetes para el viajero, mobiliario, y toda clase de artilugios desde los muchos años de existencia del ferrocarril de la provincia leonesa.
Manuel, maquinista jubilado, me posa muy amablemente con un capote echo de lana de oveja y poliéster, con varios kilos de peso y que es una prenda muy especial para poder combatir las muchas horas de trabajo a la intemperie.
Pero la vida de nuestro amigo maquinista no fue nada fácil, porque con 14 años, después de abandonar los estudios, comenzó a realizar en su pueblo y en los alrededores, todo tipo de trabajos relacionados con el mundo rural en su localidad.
Pero Manuel, a los 19 años, también trabaja en la construcción; pronto se le quedaría pequeña la vida de su pueblo y se marcharía de emigrante a Suiza, para trabajar en la construcción durante 14 meses.
Regresando a su tierra leonesa para trabajar una temporada en una panadería en la localidad de Vega Cervera, en espera que le llamasen a filas para cumplir con las obligaciones del Ejercito y hacer el servicio militar “La mili”. Una vez licenciado, trabaja en una fábrica de muebles, como camionero, donde no duraría mucho tiempo, pues una huelga del sector en el año 1978, le pondría en la picota de la reivindicación social, siendo despedido, teniendo que ponerse otra vez a coger la maleta para abandonar su tierra y probar fortuna en el País Vasco, trabajó durante poco más de un año en una fábrica de palés, donde las mejoras salariales eran notables, pero eran tiempos difíciles donde se hacía cuesta arriba la convivencia social en Euskadi.
Se repite otra vez la historia, teniendo que recoger los enseres y otra vez de regreso a España, para trabajar de lo más apreciado por todos los seres de esta tierra, a fabricar el pan nuestro de cada día.
Pero por fin las cosas se empiezan a normalizar y a primeros de los años ochenta en compañía de su esposa María Evangelina, echa una solicitud para una plaza en Renfe, consiguiendo el trabajo para manejar una máquina Retro (Poclain) en la localidad de Guardo, durante cuatro años.
No pasaría mucho tiempo para por fin intentar llegar a ser maquinista; se presenta a una plaza de ayudante de maquinista, y tras conseguir este puesto de ayudante de maquinista con residencia en la localidad de Cistierna. Realiza trabajos de ayudante en los trenes de mercancías, pasando más tarde a ser un maquinista, su ilusión de muchos años, donde estaría 30 años más, trasportando carbón para Bilbao.
Nuestro maquinista Manuel, no tardaría mucho tiempo en descubrir el manjar de la “Joya del ferroviario” en la estación de Guardo, y que de vez en cuando, la utilizaba para montarse sus cocidos en la olla con sus compañeros. En su primer viaje en el tren correo de La Robla – Bilbao un compañero ya muy mayor y veterano muy experimentado que trabajaba como responsable en el vagón del correo, todos los días del año hacia la olla en el vagón y le dijo: “tú chaval, ¿traes comida?” y Manuel le contestó que sí, que llevaba un bocadillo. El compañero le contesto: “¿que un bocadillo tú? aquí a comer con nosotros”. Pero al cocinero le parecía poco la olla de garbanzos que había preparado y le añadió unos macarrones que convirtieron al plato en un manjar.
Esa era la práctica habitual de comer durante el trayecto para los trabajadores del ferrocarril, mientras viajaban por todo el territorio Nacional.
Me cuenta Manuel historias que se producían en los años del estraperlo en el tren mixto, de La Robla a Bilbao, donde los pasajeros que viajaban a Bilbao con sus productos de legumbres y embutidos, los intercambiaban por el camino con otros colegas, productores de otros alimentos. Pero en ocasiones estos viajeros recibían la visita de los inspectores de abastos para cobrar los impuestos, visita que no era muy bien recibida por los viajeros productores, porque les obligaban a pagar. En algunas ocasiones, los propios viajeros con una navaja rajaban sus propios sacos, esparciéndose todas las alubias, garbanzos o lentejas por el vagón, antes de que les quitaran sus cosechas tan queridas, pero con el paso del tiempo, se comentaba que en el tren viajaban siempre muchas mujeres embarazadas, pues se dice que guardaban los productos en bolsas pegadas a sus cuerpos.
Los controles de los inspectores eran muy rigurosos; clavaban barras en los vagones del carbón para comprobar si se escondía mercancías, pero también se practicaba el trueque del carbón por carne y otros productos.
La olla ferroviaria, nace sobre los años 30 por la necesidad de comer caliente, pues los trabajadores cansados de comer alimentos fríos, decidieron inventar un artilugio que, con los años, se llamaría así. La “olla ferroviaria”, consistía en un recipiente de hierro con un grifo por el que recibía el calor de la locomotora de vapor y así calentaban y cocinaban los alimentos.
Con el paso de los años, la “olla ferroviaria” se ha convertido en el microondas de nuestro tiempo actual y las cocinas del campin gas de ahora.
En la actualidad, este artilugio, es la principal razón que une a todos los amantes de los concursos de “ollas ferroviarias”, fiestas que se llevan a cabo con gran éxito en todo el centro – norte de nuestro país, y de esa manera, al mismo tiempo, se homenajea a todos los ferroviarios.
Manuel es una autoridad dentro del mundo de los ferroviarios en las comarcas entre La Robla y Bilbao, por su incansable afición al mundo de los trenes, siendo el alma principal de la creación del Museo Ferroviario y de la Asociación ferroviarios San Fernando de Cistierna, y concejal de Industria en el ayuntamiento de la localidad.
El primer concurso de “ollas” se hace con diez amigos, a principios de los años 1990,
Este año 2025, se celebró el XXXII edición del concurso de “ollas”, con una gran participación, pasando el centenar de concursantes que se desplazaron desde las comunidades de Galicia, Asturias, Cantabria, Extremadura y Euskadi, haciendo un homenaje a Domingo López “El hojalatero”, el primer fabricante de “ollas ferroviarias” de la localidad en los años 1940.
Durante la fiesta, el alcalde de Cistierna, Luís Mariano Santos Reyero, entregó una placa a los hijos de Domingo López, como reconocimiento a su padre, pues muchos participantes aún conservan las “ollas” hechas por él.
Los ganadores de este año fueron: La asociación gastronómica la peña “Las Cachavas” de Cantabria.
Hay que felicitar a las autoridades de Cistierna por conseguir tanto éxito con el número de visitantes que asistieron para disfrutar de una jornada muy bonita, donde nadie se queda sin comer su estupenda cazuela de judías blancas. En un entorno muy afable de fiesta en el centro de la localidad, todo se amenizó con la extraordinaria participación musical de los acordeonistas Miguel e Ismael Núñez padre e hijo, que hicieron de éste día, un evento muy festivo donde nadie se siente forastero.
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