Me pasó en los años 50, sentí un miedo tremendo, que me ha durado hasta ahora en que, al fin he podido enfrentarme a él: bajando a una mina.
Cuando se acaban las subvenciones para el carbón y van a desaparecer todas las explotaciones, he podido percibir el valor de los mineros y sentir una nueva admiración por mi padre, Alejandro Mondelo, minero.
Fue en los años 50. Yo era un guaje, hijo de un minero. Vivíamos en Caboalles de Abajo, en el barrio del Barradiecho. Era una noche fría de invierno, muy oscura y con un silencio total en el pueblo. No se me han olvidado los detalles. Había fallecido un minero que vivía en Corea (había un barrio llamado Corea en casi todos los pueblos). Y yo supe aquella noche lo que era el miedo, un miedo tremendo.
Que volvía cada vez que me enteraba de un accidente minero. Por ejemplo, en octubre de 1979 en el pozo de María, donde murieron diez. Dos de ellos eran amigos míos, Antonio Restrepo, que había sido compañero de estudios en la Escuela de María y al que llevé a Madrid en los 60 para trabajar en verano pero el Valle le tiraba y volvió a Caboalles. El otro amigo era Otilio Alvarez, vecino mío. Yo trabajaba entonces en la Delegación de la Agencia EFE en Santiago de Compostela y me mandaron allí para informar del accidente. Y revivir el miedo.
Ahora quería saber qué se siente de verdad en el fondo de la mina. No lo que se cuenta, sino vivirlo. ¿Será miedo o será responsabilidad? ¿O las dos cosas?
Acudo a Vidal, mi amigo de la infancia. Me pone en contacto con gente de la única mina que queda en el valle de Laciana, en Caboalles de Arriba, La Escondida.
El 20 de noviembre de 2013, en el hotel de La Brañina, en Villablino, en una noche fría y nevando, me vuelve el miedo que descubrí en los 50. Madrugo para desayunar, coincido con mineros, pero lo que hay es silencio. Mal empezamos. Pero hay que seguir.
Con el suelo nevado y la preocupación de quedarme tirado con el coche en la pista de montaña voy hacia La Escondida. En un edificio antiguo me presento al ingeniero de Minas Javier Alvarez. En la planta baja se encuentra la lampistería y en la superior los despachos de los jefes, que no tienen nada que ver con los lujos que ves en los ministerios o consejerías autonómicas. Aquí se palpa austeridad y responsabilidad.
Javier me presenta a su jefe, Severino Quesada, ingeniero Superior de Minas.
Con todas las autorizaciones, Javier, buena gente y muy profesional, me invita a entrar en un vestuario frío y silencioso y me facilita una equipación de minero, calzoncillos incluidos.
Otra vez siento miedo, aunque ahora también responsabilidad.
No sé por qué asocio con un quirófano de hospital, cuando aparece la enfermera y te da una bata con la orden de que te quites todo y te la pongas. Yo también me siento torero –les he hecho muchas fotos- porque me van vistiendo y en la lampistería me dan la batería y el foco, que me parecen la muleta para el paseíllo.
Un coche 4 x 4 con cadenas para la nieve nos lleva monte arriba entre grandes barrancos y desniveles, todo nevado. Pero me siento curiosamente seguro con el chofer experimentado y Javier a mi lado, que me va enseñando en un dibujo la estructura de la mina por fuera.
Al llegar a la boca de entrada a la mina, el impacto es brutal. Todas las bocas están cerradas con candados. Es por seguridad y hay un vigilante encargado de abrir y cerrar, me dicen. La vena sindical me hace preguntar qué pasa si hay un accidente, pero Javier me tranquiliza, no hay problema, se activa automáticamente en ese caso.
Llega la hora de la verdad. Empiezo a sentir esa mezcla de miedo y curiosidad profesional que te da valor. Los talleres de trabajo tienen mucho desnivel, son muy oscuros, pero con un buen sistema de ventilación externa, y poco a poco va desapareciendo el miedo. No son las palabras, pero Javier y los mineros me transmiten confianza, al ver con qué seguridad realizan su trabajo.
Aun así, la experiencia es brutal la mina La Escondida tiene más de 70 años, y cuando llevas 15 minutos dentro empiezas a percibir de verdad la responsabilidad del trabajo de los mineros.
Es muy fácil captar que estás en lo más profundo de la tierra, arrastrándote por las galerías, con los codos pegando en las maderas que sujetan el techo de carbón, que rozas con el casco.
Te oprime tanto que, para superarlo, o eres minero o tienes mucha curiosidad por ver cómo saldrán las fotos, porque si te paras un segundo a pensar en qué condiciones estás, lo que te pasa por la cabeza es salir corriendo.
Así que ahí dentro he descubierto ese día lo valiente que era mi padre y los cojones que tienen los mineros. Cuando algunos dicen que siempre están con lo mismo, la reivindicación, yo los invitaría a estar solo cinco minutos en la entrada de una galería, oyendo los ruidos que producen los martillos de picar y los barrenos. Si esto ya te hace sentirte muy lejos del exterior, imagínate en el fondo de la tierra, donde sólo puedes tener miedo y/o responsabilidad por tu forma de ganarte la vida.
Yo expreso mi admiración a los mineros por los cojones que hay que tener para trabajar y vivir de esa manera, y los animo a luchar para que sus hijos no pasen por ahí, pues hay otras formas de vida,
Con esto me despido del miedo de mi niñez, porque comprendo que ser minero no es una deshonra, sino ser muy humilde y muy valiente.
Desde aquí quiero dar las gracias a la Dirección de la Mina La Escondida, y a Hijos de Baldomero García, del Grupo Viloria, por darme la oportunidad de sentirme tan bien personal y profesionalmente y poder realizar mi trabajo para poder contarlo y enseñarlo.
Mondelopress. com
Me ha gustado muchisimo!!..siento lo d tu padre….seguro q donde quiera q este….esta muy orgulloso…porque de autenticos valientes es vencer nuestros miedos!!…gracias por esas palabras!!un saludo
Tremendo texto, escrito con las tripas, y aún mejores fotos, magistrales. Esta web es mejor día a día, tengo gran curiosidad por ver adónde va a ser capaz de llegar. ¡Enhorabuena!
Ole tus cojones
Me encantan las fotos, y especialmente el relato de la mina, tal como tú lo explicas yo nunca lo viví, lo vi todo más normal, y no tuve miedo, quizá porque no me enteraba de nada?
Es una web muy bonita
Buf, querido tío, me ha emocionado y puesto los pelos de punta. Me ha encantado y entristecido a la vez.
Tengo que añadir que si hoy con la maquinaria y herramientas que tienen los mineros es tan duro, no me hago a la idea hace 40-50-60 años. Un abrazo. Te sigo leyendo!
Felicidades por tu escrito. Me es tan cercano y tan familiar el contenido de tu relato, personas, lugares e incluso tu padre al que tuve el placer de conocer.
Que relato tan descriptivo y bien acompañado por esas fotos que nos demuestran cuanto debemos respetar La Mina. Increíble esas vidas destinadas a el trabajo diario dentro de un hueco oscuro, que parece que te va a tragar. Enhorabuena por tu trabajo.
Gracias Monde lo, un relato lleno de recuerdos, gracias.
Enhorabuena por por todo cuanto has escrito en ese pequeño pero gran artículo.
También e de decirte, no como crítica si no como apunte, que en los 70 y 80 tampoco nos lo ponían nada fácil en la MSP donde otros muchos compañeros y yo mismo trabajábamos.
Un saludo y no dejes de escribir tal y como lo haces . gracias
Un entrañable relato d la mina donde empecé mi vida laboral, así como un recuerdo d mi amigo Tony, fallecido en el pozo Maria 1979.
Aun recuerdo primer día k entre en la Escondida. Creo k fué mi juventud la k mitivó mi inconsciencia del peligro k había, si recuerdo k estaba muy nervioso.
Bonito relato. Muchísimas gracias Mondelo.
Van tres veces que leo tu relato, amigo. Por lo que yo sé describes muy bien el trabajo en la mina. Yo no fui minero pero mi familia si. Me llama la atención especialmente las vivencias de la mina desde fuera. De crio. cada vez que presenciaba una conversación sobre la mina la seguía con mucha atención y en mi imaginación iba componiendo imágenes mentales sobre lo que escuchaba.
¿Y por qué digo todo esto?. Pues verás. Un día, era yo un guaje, no más de diez años, calculo, estaba yo con mi padre apresando, bueno, acompañando a mi padre, en Vistoril, encima mismamente de La Escondida. nos llamó Luciano «El Terri»: «Bajad por aquí». Nos invitó a entrar en la mina. Allá que fuimos. Con un candil encendido llegamos hasta el final, en aquel momento no tenía más de 60 ó 70 metros de profundidad, había una vagoneta que arrastraba un macho, y las herramientas de trabajo eran unos picos, uno muy puntiagudo y unas palas rasas. Muchas veces me pregunté cómo se podría trabajar allí casi a oscuras y con aquel polvo. en aquel momento yo no era consciente del peligro que entrañaba. Pequeña puntualización: La Escondida tiene algo menos de 70 años. A partir de entonces, cada vez que se producía un accidente mortal venían a mi mente aquellas imágenes y comprendía el riesgo que corren los que en ella trabajan. Dos menciones muy especiales: citas el accidente del Pozo María. Basilio, mi vecino de infancia, dejó su vida allí, tenía poco más de veinte años. Pero la muerte en la mina me tocó muy de cerca, mi cuñado, perdió la vida a los 42 años en Cerredo, me tocó recoger a sus hijos en el instituto de la Universidad Laboral en Gijón y llevarlos a casa donde estaba el cuerpo de su padre. Fue muy duro.
Hola Lolo me alegro que te guste mi trabajo. pues fue toda una leccion para mi reconocer el esfuerzo que realizo mi padre durante tantos años.
Un abrazo
Mondelo
Lolo muchas gracias me alegro que sea de tu agrado.
Un abrazo
Mondelo
Yo trabaje en la escondida desde el año 88 al año 91 y por cuestiones de la vida no pude continuar trabajando allí y terminar mi vida laboral en esa mina que tanto he querido y tanto me ha hecho sufrir,un sincero saludo a todos aquellos que compartieron tajo o jornada conmigo y me hicieron sentir un verdadero minero,
En cantado Jose Angel de conocerte por este medio.
mondelo