En pleno mes de agosto, el día que los termómetros anuncian las temperaturas más altas; de hecho, últimamente sobrepasan los cuarenta grados.
Me pongo a rueda de José Rodríguez como si del tour de Francia se tratara, el mejor guía y gran conocedor del oso pardo en los montes del Valle de Laciana y de Ibias.
Siguiendo un cartel de madera artesanal que dice “El Curralín”, recorremos durante una hora y con mucha dificultad, un camino con 20% por ciento de desnivel, siempre por la sombra en un bosque espectacular, muy cerrado, con castaños y robles centenarios y con todo tipo de plantas de frutos con los que se alimenta el oso. Se pueden observar sus ramas rotas, una señal de que ha pasado por allí nuestro amigo el Rey de las montañas, nuestro oso pardo que se mueve en plena naturaleza con absoluta libertad.
El sonido del caudal del río Ibias de aguas cristalinas, te ayudan a no pensar en la paliza del Alpe d´Huez porque me trae muchos recuerdos de los Tour de Francia que cubrí durante muchos años.
Voy cargado con un equipo fotográfico de 10 kgs de peso, pero sé que bien vale la pena el esfuerzo; han pasado ya siete años desde mi última visita a nuestra amiga Francine Marcelle, una francesa que siguiendo los consejos de los médicos de su país y españoles, quienes la recomendaron que lo ideal para su salud, sería vivir en un micro clima especial que estuviera a una altura de 700 metros. Lo encontró en el corazón del bosque de Ibias en “El Curralín”, un antiguo poblado abandonado y en ruinas, con una capilla algo reformada y que Francine cuida y mima con mucho respeto y poco a poco ha ido organizando una forma de vida durante los últimos doce años.
Francine, nació el 21 de septiembre 1962. Es una mujer menuda y los suaves rasgos de su cara nos dejan observar unos ojos muy brillantes de mirada tranquila; un cutis sin arrugas y su pelo muy largo y canoso, lo recoge bajo una magnifica pamela de paja, totalmente trasformada por ella misma, forrada de tela por dentro y con unas rosas muy bonitas, también de tela, por fuera.
Francine nos recibe con mucha alegría y nos abre una cancela muy artesanal hecha por ella misma con palos, atada con unas cuerdas; muy original.
Lo primero que hace, es ofrecernos un poco de agua natural y fresca que recoge de un manantial, de donde beben ella y sus animales de compañía durante todo el año.
En este lugar, la Capilla de San Miguel, tiene un altar hecho con una vagoneta con ruedas de hierro fundido, (la que usaban los mineros para sacar el carbón) y me pregunto cómo demonios pudo llegar aquí esta vagoneta de tanto peso desde una mina, con la dificultad de este terreno. La fe mueve montañas, sin duda.
En un banco a la sombra del porche, rodeados de plantas muy cuidadas y una parra cargada de uvas, nuestro encuentro es muy agradable. De vez en cuando, media docena de ocas rompen la tranquilidad, porque una de las gallinas que sigue a Francine como si de un perro mascota se tratara, se ha metido en su corral para quitarles la comida. Las ocas como buenas guardianas, no se lo ponen fácil y tiene que salir volando, echando chispas, escondiéndose bajo la falda de su dueña.
Para Francine, vivir la pandemia del COVID-19 no ha sido difícil. Vive en medio del bosque, en compañía de animales como gatos, palomas, lobos, ocas, zorros, águilas y de vez en cuando, un oso al que llama Serafín. También algún visón americano. Parece ser, que estos visones son de una suelta masiva de una granja que había en la vecina Galicia y ahora se alimentan de lo que pueden, incluyendo los huevos de las ocas y gallinas de Francine.
Antes de la pandemia, vino a visitarla desde Santander, su amiga Marie, también francesa. Cuando quiso marcharse, ya había comenzado el confinamiento y en una de las visitas rutinarias que realiza la Guardia Civil, la dijeron que tenía que quedarse en el bosque hasta que se levantaran las restricciones. Al final la visita de Marie duró un año.
Francine piensa que las cuarentenas y el aislamiento, forman parte de algo normal y hay que vivirlo dependiendo del momento de tu situación personal, pero reconoce que no es fácil para quienes están acostumbrados a moverse, o no estén conformes con las medidas de las autoridades: “Yo lo soporto porque he venido al bosque para curarme y me encuentro muy bien. Ya llevo treinta años sin visitar un médico o dentista; procuro tener la cabeza sobre los hombros y los pies sobre el suelo y aquí tengo muchas cosas que hacer. Ahora estoy fabricando mis propias colmenas y para la próxima temporada poder recoger miel. Estoy muy informada de todo lo que pasa fuera de aquí, porque tengo amigos que me visitan y me cuidan y me tienen al día, pero observo mucho a las plantas y veo en ellas que el mundo está cambiando para peor; deberíamos des-andar el camino y corregirlo, porque si no, lo pasaremos muy mal” dice.
“Cuando tengo problemas con mis dolencias, yo me hago mis preparados con productos naturales como ortigas, salvia, melisa y me va muy bien para el reuma. Yo vivo muy tranquila con los animales salvajes. Los vecinos de Villablino están preocupados con la visita de un oso. Por aquí hay uno al que llamo Serafín; cuando viene, me gruñe y se pone de pie muy chulo, pero le hablo y le digo que no puede estar aquí y se marcha. Se esconde y vuelve otra vez, pero cuando quiero que se marche, uso un silbato y se va. Es muy importante que no se sientan amenazados y no hay que asustarles. Es un buen animal, pero lo que hay que procurar es que no se acostumbre a la comida de los cubos de basura. Un día, cuando volvía al Corralito, me encontré un lobo. Nos quedamos mirándonos el uno al otro y le dije: ¿qué haces tú aquí? Giró la cabeza y se marchó y nunca más volvió. Hay perros abandonados y mal alimentados que pueden ser peor que el lobo”.
“Estoy preocupada con el cambio climático, pero siempre los ha habido. El problema actual, ocurre por la responsabilidad que tenemos todas las personas. Yo siempre hago tres preguntas a los ciudadanos: Primera, cuánto tiempo creen que un ser humano puede aguantar sin comer. Segunda, sin beber y tercera, sin respirar. Los humanos estamos en la lista para desaparecer; nos falta poco. Toda la gente se manifiesta en las ciudades por sus calles con pancartas, en favor de un mundo más cuidado ambientalmente. Deberíamos dejar de culpar a los gobiernos y ponernos manos a la obra nosotros mismos. Dejar de contaminar el aire y las aguas de los ríos y mares con productos químicos y cuidar mucho más a nuestros bosques y así, a nuestro planeta”.
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