En la localidad de Paredes de Nava, Palencia, donde dicen que nació el poeta Jorge Manrique, se encuentra el lavadero de lanas Payo uno de los muy pocos que quedan en nuestro país.
Recuerdo tiempos de mi infancia, cuando en mi casa al igual que en la mayoría de los hogares españoles, mi madre y abuela se llevaban la lana de los colchones de nuestra casa al río en verano; allí se lavaba y se secaba al sol, para después varearla y otra vez volver a meterla en la funda y así poder seguir disfrutando de esas noches de descanso y confort que nos aportaban.
Siempre he tenido mucha curiosidad por conocer toda la cadena del proceso de la lana de las ovejas.
Y recordando un antiguo refrán castellano del mundo ganadero, “irán a por lana y volverán trasquilados”, me desplacé a la explotación de los lavaderos de lana Payo y conocí a Ismael Payo responsable del lavadero desde 1988; él y su hermano Francisco, decidieron montar un negocio de compra y venta de lana de ovejas por toda la comarca. En aquellos años Paredes de Nava tenía unos rebaños de hasta 15.000 cabezas y hoy solo ronda unas 3.000. Compraban la lana y la llevaban a lavar a Béjar, Salamanca, para después venderla. No tardarían en darse cuenta que la ganancia se quedaba por el camino y decidieron montar su propio lavadero en su pueblo Paredes de Nava que es una localidad de Tierra de Campos con una población de 2.000 habitantes y hermanada con Plaisance. Francia.
Ismael es un hombre alto con el rostro curtido por el sol y los fríos y vientos de Tierra de Campos, con unas manos grandes muy trabajadas y fuertes porque no les ha dado descanso durante toda su vida; dentro de su cabeza rebosan todas sus experiencias de tantos años. Sabe y conoce todo lo del mundo comercial y rural y pocos discos duros hay, que puedan almacenar tanta información como su cabeza.
Pero de casta le viene al galgo; su padre Francisco y su abuelo Mariano ya se dedicaban al comercio del cuero con grandes éxitos comerciales en todo el país.
Pero este año 2020 tan especial con el COVID-19, su lavadero no sólo no ha podido parar, sino que las autoridades españolas han traído durante la pandemia 251 esquiladores Uruguayos y en muy poco tiempo se le ha amontonado el trabajo. Han llevado camiones repletos de lana de toda la península y al parecer empieza a ser un problema porque la lana no se consume como antes y hay que almacenarla. El cliente más fuerte es China, pero este año con la pandemia, la exportación está parada.
La empresa de Ismael da trabajo a nueve personas, pero ahora están compartiendo la responsabilidad, su hijo Rubén y su yerno Javier Pajares.
El lavadero tiene una máquina muy rústica de cinco metros de largo, con unos peines y rodillos que agitan y mueven la lana. Aquí se trabajan las veinticuatro horas del día y se hacen varios turnos. Unos operarios se encargan de seleccionar 10.000 kilos diarios de lana y meterla en la máquina. El peso de ésta, una vez limpia, se habrá reducido a la mitad, unos 5.000 kilos en total. El proceso de lavado, secado y empaquetado, dura unas dos horas y da gusto tocar esa suavidad y ver la blancura que tiene el tan preciado pelo que después se convertirá en tantos productos de tantos colores, como las famosas mantas de Palencia, chaquetas, alfombras, moquetas, calcetines, guantes, gorros, jerséis, bufandas, etc…
Pero lo mismo que no tira la toalla la familia Payo con una forma de vida de tantos siglos, tampoco la tira la familia Geijo con sus cuatro generaciones. Los artesanos Geijo se dedican a la fabricación de todos los productos tejidos con esta lana, en la localidad de Val de San Lorenzo, León.
Ismael me comenta que la mejor lana es la de las ovejas jóvenes, Merinas extremeñas que salen al campo, porque al sudar mucho éstas, el aire y el sol oxigenan la lana. Pero al estar en el campo, acumula más impurezas y después los esquiladores se quejan porque se les atascan las maquinillas. Eso mismo me comenta Antonio Cerrato, uno de los esquiladores más profesionales de nuestro país.
En este caso el refranero castellano no sirve conmigo, porque fuí a por lana y no volví trasquilado, sino que volví con mi reportaje y unos buenos amigos muy especiales que siguen trabajando muy duro, para que una industria tan necesaria no pueda desaparecer en nuestro país y así luchar contra los pueblos vaciados.
Mondelopress.com