Lugar: el Aula Magna de la Universidad de Jaén. Lunes 10 de octubre de 2022, en una de esas mañanas en que las nubes hacen su trabajo, los campos beben sedientos las gotas que caen del cielo y los urbanitas se apresuran, mirando su reflejo cabizbajo en el espejo de agua de las calles. Cualquiera que se encontrara en la capital jaenesa posiblemente pensara que era un día como otro. Estaría equivocado; el Arte tenía otros planes.
En la citada Aula Magna, una artista hacía justicia a un ser despreciado, insultado, maltratado. Un animal cuya sola mención, asociada a una universidad, resulta tan chocante que la prensa andaluza se hizo eco del proyecto. Un trabajo de fin de máster a cargo de Eva Calero Jiménez (Aguilar de la Frontera, 1993) que se adentró con soltura en la espesura de las ramas artísticas, desde la música a la pintura. Una performance interdisciplinar consagrada a la bestia entre las bestias: el asno.
El acto iba “dedicado al reconocimiento académico del borrico a través de las artes, algo completamente inédito”, explicaba la cordobesa en la argumentación del proyecto Militancia borriquera. De la cuadra a la cátedra. Una obra ambiciosa, ideada para marcar “un punto de inflexión en el ámbito académico” llevando un burro a la universidad para investirlo doctor honoris causa a título simbólico y que esa desdichada especie, asociada de forma estúpida y sin razones a la estupidez y la sinrazón, obtuviese “el espacio que tanto merece” en el ámbito intelectual.
Pero al final el pollino se quedó en el campo, sin alcanzar ningún campus. A la negativa de las autoridades universitarias para que entrara a las instalaciones se unió el aluvión de agua caído sobre Rute, localidad cordobesa a un centenar de kilómetros. Allí aguardaba Califa, jumento de la Asociación para la Defensa del Borrico (ADEBO) elegido para la gloria académica. Mas cuando el doctorando se disponía a subir al remolque llegado a duras penas desde Málaga, la tromba arreció e imposibilitó el embarque.
Así lo refería un par de horas después en Jaén un muy empapado Pascual Rovira, fundador de ADEBO, quien, fiel a su humor a prueba de tormentas, apareció en el Aula Magna luciendo sobre la suya una cabeza de burro de papel maché, de esas utilizadas en las fiestas de cabezudos. Un tanto dañada, eso sí, pues carecía de apéndices auditivos, así que Pascual ejercía de pendón desorejado. Con eso y con todo, la testa postiza, presidiendo el escenario, cumplió su misión: representar a la especie Equus asinus en la simbólica investidura doctoral.
El escenario, dominado por una gran pantalla, lo completaban un piano de cola, una escultura y un cuadro alegórico de la labor de ADEBO, que inspiró a Calero su proyecto. Fundada en 1989, la Asociación Ruteña no solo es pionera en España y referente internacional en la protección animal, sino que destaca por su defensa de la faceta cultural del borrico en la literatura y las artes. Del centenar de pollinos que acoge, varios fueron apadrinados por escritores como Camilo José Cela, José Saramago, Rafael Alberti y Antonio Gala. Este último, precisamente, apadrinó a Califa en 1997.
Rovira y su mano derecha en ADEBO y todo lo demás en la vida, su esposa Quisca Caballero, ejercieron como elementos integrantes de la performance, declamando versos acompañados de un pianista y el violín tañido por Calero. También intervinieron en la simbólica ceremonia de doctorado, en la que la cabeza asnal se ungió con unas gotas de aceite de oliva, en representación del Jaén agrario.
La performance ideada por Calero supone un paso más en la íntima relación entre el asno y el arte, entre cuyos más recientes exponentes en España está el proyecto Asnología, llevado a cabo en 2018 por Fernando Baena, también con carácter multimedia y que incluyó el Primer Congreso Internacional de Asnología, un acto artístico participativo en el que artistas y escritores se turnaban para exponer sus ponencias sentados sobre unas andas, mientras el resto de participantes los llevaban en procesión por un polígono industrial madrileño.
La huella del burro en el arte viene de miles de años atrás y cuenta con exponentes como Francisco de Goya, que usó la simbología asnal en series de grabados como Los Sueños y Caprichos. Que a su vez tuvo como precursor al maestro renacentista italiano Giotto di Bondone, quien en sus frescos para la Capilla de los Scrovegni, en Padua, incluyó una Huida a Egipto convertida en referente para la representación de esa escena en la posteridad. También desde la pantalla resuenan los rebuznos de Au hazard Balthazar (1966), clásico del cine francés dirigido por Robert Bresson, al que emula o otra película premiada hace solo unos meses en el festival de Cannes, EO (2022), del polaco Jerzy Skolimowski.
Las más antiguas representaciones artísticas del asno se remontan a un grabado rupestre de Val Camonica (Italia), en la que parece ser una escena de zoofilia entre un hombre y un asno trazada hace 10.000 años. Seis milenios posteriores, de época faraónica, son las pinturas murales de la tumba de Iti y Neferu conservadas en el Museo Egipcio de Turín (Italia), en las figuran hombres arreando a palos a burros cargados con grano.
Texto: Eliseo García
Fotos: Mondelopress.com