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El burro loco de un loco de los burros.

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Tiene todo el sentido que alguien que está loco por los burros de Euskadi funde una reserva y la llame Astosoro (burro loco, en euskera). Pero que nadie se llame a engaño: lo hizo con muy buena cabeza.

Borja González Abrisketa, topógrafo de profesión y ganadero de vocación, viaja por toda España trazando tendidos eléctricos. Pero su lugar en el mundo está en un punto concreto: la finca vizcaína entre los municipios de Morga y Errigoiti en la que ha criado ya más de doscientos borricos de Encartaciones. Esa raza asnal vasca es una de las seis reconocidas como autóctonas españolas, junto a la andaluza, la catalana, la mallorquina, la zamorano-leonesa y la majorera. Quizás sea la más reconocible a simple vista, por su color oscuro y su tamaño, pequeño en comparación con las demás. Pero lo difícil, precisamente, es verlo. Apenas quedan seis centenares y está en riesgo de extinción.

Borja cría pollinos con la intención de mantener la raza, pero también para que puedan ir a manos de compradores de los que tiene certeza de que les van a dar utilidad y uso responsable, como desbrozar el campo al pastar, transportar colmenas al monte y faenar labrantíos. Algunos de ellos forman parte de la célebre brigada asnal que desde hace años limpia de hierbas y arbustos el Parque Nacional de Doñana, reduciendo el peligro de incendio. Y el propio Borja fabrica jabón con la leche de sus burras, industria en boga en varios países.

Su pasión por los Enkarterriko astoa, como se denomina la raza en euskera, le ha llevado a presidir la asociación que los protege, formada por ganaderos implicados en su salvaguarda. Aunque, en su fuero interno, Borja está convencido de que los borricos no nos necesitan, sino que es al revés: nosotros precisamos de ellos. Los considera animales terapéuticos de primera magnitud y, además, educativos, pues se siente muy orgulloso de lo que aprende cada día de sus bestias, incluidos los siete perros que guardan la finca.

Astosoro se extiende por varias hectáreas de prados verdes, frutales, pinos, eucaliptos, robles y matorral de monte bajo. Terrenos muy ricos en pastos y con un río discreto, rodeado de bosque y muy grato para pasear por su orilla. Las instalaciones se completan con espacios habilitados para guarecer a los sesenta asnos de Encartaciones y media docena de otras razas alojados a día de hoy. Todos andan por la finca a su albedrío, en completa libertad.

Aun así, se ganan el forraje: realizan el trabajo municipal de prevención de incendios, desbrozando  más de 25 hectáreas de caminos y montes. Se están convirtiendo en vecinos predilectos para los lugareños y sus autoridades por su buena labor, sobre todo como implacables eliminadores de cortadera o hierba de las Pampas (Cortaderia selloana), planta sudamericana convertida en plaga en Europa por su multiplicación descontrolada, que perjudica a la flora local. La mala noticia para la invasora es que a los jumentos les encanta y se la zampan que da gusto verlos.

La historia de amor entre Borja y los pollinos comenzó cuando tenía 12 años. “Cuando íbamos a misa, parábamos en una campa a jugar con la burra de la lechera y, a partir de ahí, pensé en tener un hermano asno”. Años después, durante el servicio militar, le tocó un destino donde la mula -especie híbrida, hija de yegua y burro- era fundamental para transportar el armamento pesado.

La primera burra que tuvo fue una blanca que le vendió un embaucador asegurándole que estaba preñada, sin que jamás pariera. Después fue ampliando la ganadería, comprando por toda España. Pero el rey de la casa es Whisky, de cuatro años, al que sacó adelante a base de biberones y para el que no sirven ni vallas, ni pastores eléctricos, ni puertas, porque su boca es una ganzúa prodigiosa capaz de abrir cualquier barrera. Se mete tan campante hasta el salón de la vivienda. Y no solo eso; es todo un espectáculo cómo este Houdini asnal abre los cubos del pienso para servirse él mismo el desayuno.

De todos modos, pocos retos tiene que afrontar el escapista Whisky. Los animales de Borja viven en libertad en la finca, un paraíso natural que bien harían las autoridades vascas en amparar y favorecer, si quieren que su único jumento autóctono siga vivo y rebuznando.

TEXTO: Eliseo García

FOTOS: Mondelopress.com

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