Siempre tuve una gran admiración por Federico Martín Bahamontes, el gran pionero del ciclismo español que ganó el Tour de Francia en 1959 y fue Rey de la Montaña en seis ediciones de la carrera gala. Por eso considero tan justo y oportuno que el pasado día 4 se le haya entregado el Premio Nacional del Deporte “Francisco Fernández Ochoa” por su trayectoria. El acto se celebró en el Palacio Real de El Pardo y estuvo presidido por los Reyes don Felipe VI y doña Leticia, la reina doña Sofía y la Infanta doña Elena. Fue para mí una gran satisfacción poder recoger un testimonio gráfico de ese momento.
La noticia de este reconocimiento, tan merecido, me trajo a la memoria cuando yo tenía nueve años y seguía por la radio sus hazañas en las grandes carreras por etapas. Y, sin duda, fue esto lo que me llevó a visitarlo ahora en su casa de Toledo y escuchar sus recuerdos de unos momentos inolvidables, contados con la sencillez y el orgullo de un ciclista que jamás tiró la toalla. “Los fracasos o los errores –dice- a mí me estimulaban, para que se supiese que Bahamontes nunca se rinde. Yo nunca he dado una carrera por perdida, porque mi temperamento no me lo permite”.
De origen humilde, empezó empujando una carretilla del mercado por las severas cuestas de Toledo, y él cree que ahí se forjaron los músculos con los que luego pudo batir a tantos rivales en las subidas a las más empinadas cumbres. Quizá por ello no le gusta cómo se preparan ahora los corredores. “Cuando veo que salen a las once o a las doce a entrenarse, recuerdo que yo a la diez ya estaba cansado de trabajar en el mercado”, dice moviendo la cabeza.
Bahamontes acudió a sus primeras carreras en una bicicleta de piñón fijo y se alimentaba por el camino con lo que pillaba de las huertas. Así empezó. Y cuando corría, solo tenía una estrategia: “Atacar desde la línea de salida hasta la línea de meta”. Lo recuerda muy bien, como recuerda sus regresos a casa a golpe de pedal, desde Asturias o desde Andalucía, para ahorrar lo ganado en las carreras. Está convencido de que “ésta sería una buena forma de enseñarles a los jóvenes ciclistas de ahora. Debieran de pasar necesidades, porque cuando aprendes de verdad es cuando te aprieta el zapato y tienes que seguir avanzando”, asegura.
En su juventud, las dificultades estaban garantizadas, pero no era imposible superarlas si se luchaba. Tras sus dos primeras carreras locales, ya tenía claro que iba a ser ciclista ¡por dinero! Tan claro lo tenía que, en una ocasión, vio un estilográfica en la carretera, se detuvo a recogerla y luego siguió apretando para intentar ganar la etapa. “Íbamos caninos e intentábamos sumar todo lo posible”.
Después el dinero empezó a llegar, “pero –advierte- si no sabes administrarlo, estás perdido. De mi decían: ‘Es que Fede se administra’. Y era verdad”. Fue cuando ya lo llevaron al Tour y a otras grandes carreras y empezó a figurar entre los grandes de su época. Es decir, Louison Bobet, Charly Gaul, Jacquez Anquetil, Raymond Poulidor, Roger Riviere, Henry Anglade, Ercole Baldini, Raphaël Geminiani, etcétera. Pero ésta es ya la historia sabida.
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