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El Hispano- Bretón, de la faena agraria a la taurina

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Ganaron fama de dureza en las labores agrarias, cuando aún no había tractores. Su vigor hizo que el  ejército los eligiera como bestia de tiro para artillería. Fue su rústico aguante el que los convirtió en montura para el picador, capaces de aguantar los empellones del toro atormentado por la puya. Y pese a todas estas virtudes, rozaron el riesgo de extinción. Pero ya se superó, y la contemplación hoy de cientos de caballos hispano-bretones en los montes de Babia es una de esas estampas que unen el pasado, el presente y -gracias a un grupo de ganaderos de esa comarca leonesa- también el futuro.

Las cuatro estaciones ofrecen imágenes soberbias de estos animales imponentes, más de setecientos kilos de músculo cuya altura hasta la cruz rebasa el metro y medio. Su color oscuro -no existen en esta raza ejemplares de capa blanca- destaca en el invierno leonés, que soporta a la intemperie gracias a su adaptabilidad térmica y su habilidad para encontrar pasto oculto bajo la nieve.

Tampoco le arredran los calores del verano, y de hecho es a finales de agosto cuando caballos y ganaderos viven su gran momento, el concurso-exposición de la localidad de San Emiliano de Babia, al que concurren los mejores ejemplares. A esa feria y otra en el mismo municipio a finales de otoño acuden tratantes de todo el país para adquirir caballos hispano-bretones, una raza cuyo origen es reciente.

Fue en los años 30 del siglo pasado cuando los ganaderos españoles, interesados en bestias de tiro con una fuerza y envergadura que no aportaban las razas autóctonas, empezaron a ensayar cruces. El más exitoso fue el de sementales bretones, originarios de Francia, con yeguas criadas desde antiguo en Babia y otras zonas del norte peninsular.

El ejército fue uno de los principales impulsores de su cría, en su busca de bestias capaces de tirar de las piezas de artillería. Incluso en la actualidad mantienen los hispano-bretones ese vínculo, pues caballos de esa raza se ocupan del arrastre de la Batería Real, los cañones encargados de disparar salvas de ordenanza en el Escuadrón de Escolta Real, encuadrado en la Guardia Real.

En los últimos cincuenta años, la mecanización puso fin a la milenaria relación entre armas y caballos, y también a la aún más antigua entre esos animales y la labor del campo. Hoy la cría de hispano-bretones está dirigida sobre todo al uso cárnico.

Con una gran excepción: el mundo taurino. Porque la excepcional envergadura y fuerza del hispano-bretón también lo convirtió en montura idónea para los picadores encargados del tercio de varas en las corridas, tanto en España como en Francia. Una labor a la que hasta comienzos del siglo XX se destinaban caballos viejos y enfermos, pues su fin era seguro y atroz: despanzurrados a cornadas. Porque hasta que en 1928 se legisló que se les protegiera, los caballos de los picadores salían a pecho descubierto a la plaza. El espectáculo de equinos destripados era cruel y nauseabundo incluso para los aficionados más empedernidos, como recogen muchos periódicos de la época.

Hoy las cosas han cambiado, al menos para los caballos. Ahora su vida laboral es larga y requieren de una minuciosa preparación antes de salir al coso. A eso se dedican ganaderos como el ganadero Jesús San José Rodríguez, que adquiere animales en Babia y los empieza a entrenar en los campos de la localidad leonesa de Astorga.

Su adecuación para la lidia continuará en la localidad toledana de Mocejón, en la ganadería Equigarce, dirigida por los hermanos Luis, Bene y Juan Cedillo, veteranos desde hace casi treinta años en el mundo taurino, en el que entraron de la mano de su padre, Benedicto. Un hijo de Luis, de 10 años, ya ha mostrado interés en seguir la tradición familiar.

En sus instalaciones se concentran unos treinta caballos que adiestran tres meses como mínimo, aunque a veces se necesitan más de cuatro años. Puede parecer mucho, pero la tarea no es fácil. El día de nuestra visita, estaban vistiendo a un animal de ocho años, llamado Café, con peto y manguitos protectores. También hay protecciones sensoriales, dado el estrés que puede sufrir el animal ante un toro embistiendo, un público vociferante y la estridencia de clarines y timbales. Los  caballos de picar salen a la plaza con los oídos taponados con bolas de espuma y los ojos vendados, a lo cual deben habituarse previamente. Y por supuesto, además deben cargar la silla y el picador.

Todo un reto incluso para Café y sus quinientos kilos de musculatura. Si el caballo supera su adiestramiento y se le dan bien en la plaza, le aguarda una larga y, sobre todo, intensa carrera: más de 1.500 corridas al año se celebraban en toda España en época pre pandémica. Un trabajo que no solo es para caballos, pues también los monosabios -cinco para cada animal- son aportados por la empresa, después de su correspondiente formación.

Texto: Eliseo  Garcia Nieto

Fotos: Mondelopress.com

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